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En 2017, Richard Thaler, un destacado economista especializado en comportamiento, recibió el Premio Nobel de Economía. Uno de los pilares de su investigación ha sido criticar el concepto del Homo economicus (*): esa idea del ser humano como un individuo puramente racional, que toma decisiones sobre su economía del día a día según los modelos de la teoría económica clásica. Thaler demostró que, en la realidad, las decisiones humanas sobre economía están profundamente influenciadas por emociones, afectos e incluso patrones de irracionalidad. Estas influencias impactan en nuestras elecciones sobre todo tipo de temas, desde cómo manejamos nuestros ahorros hasta qué planes de futuro hacemos o qué decisiones tomamos sobre cualquier tema.

Thaler no sugiere que todas nuestras decisiones sean irracionales, pero sí señala que tendemos al optimismo, al exceso de confianza, a proyectar que otras personas piensan como pensamos, y a caer en lo que él llama «la maldición del conocimiento»: una vez que sabemos algo, nos resulta casi imposible imaginar cómo sería no saberlo.

Ahora bien, ¿podemos estar aplicando, de forma inconsciente, un concepto similar al de Homo economicus en nuestro entendimiento de los defensores y defensoras de derechos humanos, o de las personas desplazadas o refugiadas? Algo así como un Homo defensoris, una figura idealizada de alguien que toma decisiones racionales e informadas sobre su labor, que es plenamente consciente de los riesgos que enfrenta, que sigue al pie de la letra una medidas de seguridad y actúa de manera ordenada y lineal, todo mientras se guía por las declaraciones de la ONU y mantiene un compromiso incuestionable con una causa central. O quizá, por seguir con el juego con palabras, una Mulier desplazatus, que un día decide, tras un análisis de pros y contras, abandonar su hogar para buscar seguridad…

Thaler propone una transición del Homo economicus al Homo sapiens, reconociendo las complejidades y limitaciones humanas en la toma de decisiones. Tal vez sea momento de hacer algo similar en nuestra visión sobre quienes defienden derechos humanos en contextos hostiles, o sobre quienes están en situaciones de desplazamiento forzoso o refugio. Necesitamos reconocer los afectos, las emociones, la falta de información y las precariedades que suelen rodear las decisiones que estas personas toman. Estas decisiones no ocurren en un vacío racional; están moldeadas por identidades y redes diversas, y contextos inciertos y cambiantes.

Deberíamos enfocarnos más en esas personas como individuos que toman decisiones dentro de sus propias realidades, influidas por sus recursos, conocimientos, esperanzas, subjetividades, limitaciones y temores. Esto también nos invitaría a reflexionar sobre nuestras propias subjetividades y el poder que ejercemos al mirar al ‘otro’ como un ‘objeto de protección’, especialmente desde organizaciones del Norte global, cuando pontificamos sobre análisis de riesgos o recomendamos medidas de seguridad. Reconocer todo esto es solo el primer paso; aún quedan muchos más por recorrer.

(*) Thaler, Richard H. (2000): ‘From Homo Economicus to Homo Sapiens’. The Journal of Economic Perspectives 14 (1): 133–141.