Cuando se trata de protección humanitaria, medir los resultados ha sido durante mucho tiempo un objetivo difícil de alcanzar. El trabajo de protección consiste en salvaguardar los derechos, la seguridad y la dignidad de las personas frente a las crisis y los conflictos. Pero, ¿cómo medir el éxito de algo tan complejo e intangible como la «seguridad»? Y qué decir de la dignidad: ¿cómo medir algo tan profundamente personal en un mundo de constante incertidumbre? Estas son las preguntas con las que lidiamos constantemente quienes trabajamos en el ámbito de la protección humanitaria.
Empecemos con una comparación. Medir los resultados en otros ámbitos de la respuesta humanitaria suele resultar más sencillo. Por ejemplo, la seguridad alimentaria o el acceso a vivienda de emergencia: podemos contar las cestas de alimentos distribuidas, monitorear los índices de nutrición o saber cuántas familias tienen acceso a lugares adecuados para vivir temporalmente. Del mismo modo, las intervenciones WASH (Agua, Saneamiento e Higiene) ofrecen datos mensurables como el número de puntos de agua instalados o una reducción de las enfermedades diarreicas tras las campañas de higiene. Estos resultados son tangibles, visibles y normalmente medibles (con cierta inversión).
Ahora contraste eso con la protección. ¿Podemos medir el número de incidentes de seguridad evitados? ¿Qué pasa con los incidentes que no conocemos, los que no se denuncian porque ocurren en silencio, a mujeres, niños o grupos marginados? ¿Y las amenazas que cambian y evolucionan? Incluso si disponemos de datos sobre violencia o asesinatos, ¿podemos atribuir con seguridad una reducción de los incidentes a una intervención concreta? Son preguntas incómodas que no siempre tienen respuestas claras. Los resultados de la protección, condicionados por innumerables factores externos, son profundamente contextuales y subjetivos. No sólo dependen de lo que se hace, sino también de cómo lo viven las personas.
Cambio de enfoque: Percepción de seguridad y dignidad
En medio de estos retos, ha surgido un enfoque prometedor: medir las percepciones de seguridad y dignidad de las personas. Puede parecer subjetivo, y lo es, pero ahí reside su valor. Las percepciones y los sentimientos son profundamente personales, pero reflejan realidades que las mediciones tradicionales suelen pasar por alto. La búsqueda para medir estas percepciones pone de relieve varias dimensiones clave:
- Las experiencias subjetivas importan: La seguridad y la dignidad no son sólo realidades físicas; son experiencias vividas. Medir cómo se sienten las personas con respecto a su seguridad proporciona información valiosa sobre los resultados de los esfuerzos de protección.
- Una perspectiva holística: Cuando las personas expresan su percepción de la seguridad y la dignidad, se refieren a una serie de factores: seguridad física, estabilidad social, respeto por su cultura y otros. Se trata de ver la seguridad como algo multidimensional, no como algo que dependa de un solo factor.
- El contexto importa: cada comunidad, cada individuo, tiene sus propias preocupaciones en materia de protección. Un enfoque participativo que incluya las percepciones de la gente ayuda a adaptar las intervenciones a riesgos específicos a los que se enfrentan. Se centra en sus realidades, no en suposiciones externas. Al centrarse en las experiencias vividas por las personas, las intervenciones resultan más pertinentes e impactantes. Por ejemplo, entender cómo percibe la seguridad una comunidad desplazada puede revelar riesgos ocultos: tal vez las mujeres no se sientan seguras recogiendo agua fuera de la comunidad, o los jóvenes teman el acoso en los puestos de control. Cuando escuchamos estas realidades, tenemos una idea más clara de cómo las intervenciones pueden mejorar tangiblemente la vida de las personas.
- Uniendo métodos cuantitativos y cualitativos: Las percepciones pueden ser subjetivas, pero también pueden medirse. Las herramientas estructuradas como encuestas, entrevistas y grupos de discusión pueden captar estos sentimientos de forma sistemática. Con un análisis adecuado, ofrecen información práctica para mejorar la labor de protección.
Medir la sensación de seguridad no pretende determinar si las personas están absolutamente «seguras». Eso rara vez es realista en contextos de crisis en los que persisten las amenazas. En cambio, se centra en si las personas se sienten más seguras que antes, una distinción sutil pero poderosa que refleja el progreso de una intervención, incluso si persisten algunos riesgos.
El reto de medir las percepciones
Por supuesto, este planteamiento tiene sus propias limitaciones. La seguridad y la dignidad son conceptos complejos que dependen del contexto. La definición de «seguridad» puede variar en función del género, la cultura, el grupo social o la edad, por citar algunos factores. Por eso es esencial contextualizar estos términos durante el diseño de la encuesta, por ejemplo, mediante la participación de grupos focales de diversos segmentos de la población.
Luego está la cuestión de los acontecimientos externos. La percepción de la seguridad puede cambiar de la noche a la mañana, fuera del control de cualquier intervención humanitaria. Imagínese que estalla un enfrentamiento armado cerca de una comunidad que se había sentido más segura. De repente, los avances logrados durante meses de intervención resultan frágiles, ensombrecidos por nuevas amenazas. Esta imprevisibilidad pone de relieve lo difícil que es medir los resultados en materia de protección, ya que los avances pueden verse fácilmente interrumpidos por eventos externos que escapan al control del actor humanitario. Estos eventos pueden comprometer fácilmente los progresos realizados, incluso si la propia intervención ha sido eficaz.
Y no olvidemos la atribución. En el trabajo de protección, los resultados rara vez se deben a una sola intervención. Un único actor no puede atribuirse todo el mérito de mejorar la percepción de la seguridad en un entorno inestable. Por el contrario, hay que centrarse en la contribución: ¿Cómo ha contribuido una intervención a mejorar la situación general?
Un paso en la buena dirección: el indicador PKOI
En respuesta a estos retos, se han logrado avances significativos. Un ejemplo destacado es el indicador clave de resultados en materia de protección (PKOI, por sus siglas en inglés), desarrollado por la Dirección General de Protección Civil y Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (DG ECHO). El PKOI se define como:
«Porcentaje de personas/población destinataria, en un contexto determinado, que declaran haber mejorado su sensación de seguridad (con dignidad) al final de la intervención, en comparación con el principio.»
Lanzado en 2023, tras años de pruebas piloto en más de 130 proyectos, el PKOI proporciona una forma estructurada de medir los cambios en la percepción de la seguridad de las personas. Mediante la aplicación de encuestas y el análisis de los resultados desglosados por género, edad y discapacidad, el PKOI aporta el rigor necesario a un concepto subjetivo. Salva la brecha entre los datos y la experiencia vivida, ayudando a los actores humanitarios a seguir los progresos e identificar las lagunas en sus esfuerzos de protección.
¿Hacia dónde vamos ahora?
Medir la percepción de la seguridad y la dignidad no es una ciencia perfecta, ni debería serlo. El PKOI es una herramienta de aprendizaje, adaptación y mejora. La comunidad humanitaria debe tratarla como un proceso continuo, que evoluciona a través de la retroalimentación del terreno y de las voces de las personas afectadas.
El PKOI es un importante paso adelante, pero no es la respuesta definitiva. Para complementarla, debemos explorar otras metodologías, como la integración de sistemas de información sobre el terreno en tiempo real, marcos de seguimiento participativo o herramientas que recojan datos más matizados y específicos de la comunidad. La combinación de estos enfoques con el PKOI puede ayudar a colmar lagunas, mejorar la adaptabilidad y garantizar que las intervenciones sigan respondiendo a las necesidades cambiantes de las poblaciones afectadas. La medición de resultados en protección debe seguir siendo flexible, capaz de adaptarse a nuevos retos, nuevas crisis y nuevos conocimientos. Como profesionales, debemos seguir preguntándonos: ¿Qué nos falta? ¿Cómo podemos hacerlo mejor? Si nos mantenemos abiertos a la innovación y nos basamos en las perspectivas de las personas a las que servimos, podremos seguir perfeccionando nuestra forma de medir los resultados de la protección y, en última instancia, de garantizar que las personas estén más seguras, en todos los sentidos de la palabra.
Posdata: Tuve el privilegio de dirigir la recopilación de resultados, retos y lecciones aprendidas durante la fase piloto del PKOI. Una idea clave que destacó fue lo mucho que influye el contexto en la percepción de la seguridad: lo que parece progreso en la seguridad de una comunidad puede resultar totalmente distinto en otra. Por ejemplo, en algunos proyectos las mujeres de una zona describieron un notable aumento de la seguridad simplemente porque podían moverse más libremente durante el día, mientras que en otros, la misma percepción de seguridad sólo se produjo después de abordar los temores de acoso nocturno. Estos matices reforzaron la importancia de escuchar atentamente lo que significa la seguridad para las personas a las que queremos ayudar.
Después también contribuí a desarrollar la Guía de Uso para la aplicación del indicador PKOI, una experiencia gratificante que puso de relieve tanto los retos como las posibilidades de medir los resultados de la protección. Si tiene curiosidad, puede consultar la Guía de uso del indicador PKOI [aquí].
Realicé ambas consultorías con el Inspire Consortium, con un contrato con el IECAH [aquí].